A veces leemos tan rápido que pasamos por alto secretos escondidos. El ladrón viene en la noche, roba en la noche, se mueve en la noche, en la oscuridad, ocultamente… Pero cuando venga Cristo ¡Todo ojo lo verá! Entonces, ¿Cómo es esto posible? ¿Vendrá Cristo oculto como un ladrón y a la vez de forma gloriosa y a la vista de todos? ¿Es esto una contradicción? ¿Luz y oscuridad mezcladas? Algo falla… Posiblemente nuestro entendimiento, porque Dios no se equivoca…
Fíjate ahora en el verso 7 del pasaje citado, que dice: “Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan.”
Quizás otro día veamos el por qué de la comparación con un ladrón, pero hoy nos fijaremos en la otra parte que decimos de corrido: La noche. Hay una actitud en el corazón del ser humano que le lleva a vivir “en la noche”, en la oscuridad, y eso denota un comportamiento pues, se escoge ese momento del día para dormir, descansar… y algunos aprovechan para ocultarse y para hacer esas cosas que no quiere que nadie vea, las cuales podrían llenar una larga lista; pero me interesa lo que acabamos de leer en el verso 7: “Los que se embriagan, de noche se embriagan”
Vimos en el pasado post el problema de una mala comida, los efectos de letargo que tiene la CIZAÑA, y ahora, hablamos de la bebida. No es un misterio que el vino alegra el corazón, y que ingerirlo en exceso, aturde el entendimiento. Solo hay que ver a alguien que se haya emborrachado para notar que actúa distinto a lo normal, se toma libertades que no tomaría en su sano juicio, dice cosas escondidas en su corazón que no saldrían de otro modo de allí, y puede llegar a crear un ambiente de éxtasis sucedáneo en el que cree vivir una realidad inexistente, pero palpable y muy real para el que se encuentra en ese estado.
Entonces, sabiendo que se puede vivir en el día o en la noche, no es de extrañar que Jesús mismo dijera estas palabras en Lucas 21:5-36 que culmina en estos tres versículos (34-36):
“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”
Aquí, Jesús advierte de cosas que sucederán en los últimos días, y de cómo sus discípulos corremos un riesgo: Que nos llenemos de glotonería, embriaguez, y de los afanes de la vida.
¿Acaso no conoces a gente a tu alrededor que trabaja, corre y se desvive por pagar su hipoteca, por comprar un nuevo y potente coche, por tener las máximas comodidades posibles? No digo que aspirar a estas cosas sea malo; lo malo es cargar el corazón de afán y preocupación por conseguirlas, es vivir ahogado entre los espinos de los que habla la parábola del sembrador, esos espinos que son los afanes que impiden el crecimiento a una semilla que YA ESTABA PLANTADA EN BUENA TIERRA: ¿Podrían estar así hoy día muchos que se llaman iglesia? (Mateo 13:7).
Sí, es la iglesia, el creyente que un día conoció un mensaje de libertad, el que voluntariamente se deja atrapar por esos afanes. Es más, a veces se embriaga, se vuelve un glotón vicioso que solo quiere más y más y no se da cuenta de la gran realidad: Vive una ilusión irrealizable, aspira a cosas que no son las cosas que a Dios le interesan, y entonces, vive como un borracho, creyendo ser feliz, y sin darse cuenta de que cuando le alcance el día, la dura realidad le espera, y le recordará que vivió un ficción, una vida paralela, un mundo que solo existió en su imaginación.
Estamos en días malos, y todos corremos el riesgo de olvidarnos en la embriaguez de que viene el día. No es casualidad que Jesús empleara una vez más esta figura hablando del siervo que esperaba a su señor en Lucas 12:41-48 si te fijas en los versos 45 y 46, dice:
“Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles.”

Me pregunto si hoy no debiéramos andar con más cuidado, procurando santidad y honestidad absoluta, y sobre todo no tomando vino extraño ni adulterado, ese que nos aturde y nos hace vivir en un mundo de fantasía. Sí, a veces para muchos el cristianismo se convierte en una ilusión, donde se juega a las “iglesitas”, a ser “buena gente”, a tener una perfecta “apariencia” de piedad, a los “cargos de autoridad eclesiástica”… Luego llegamos a casa y la noche se cierne sobre nosotros. El que permite esto en su vida sabe que lo hace, pero no sabe desintoxicarse, se ha acostumbrado al vino y no quiere dejarlo. ¿Recuerdas el mensaje de Odres Viejos?
Lo hermoso de todo es que Dios no nos pide que dejemos de beber vino, sino que nos ofrece uno mejor, uno que agudiza tus sentidos y a la vez te hace ser más feliz que quien toma de aquel otro que entontece ¿Recuerdas lo que dice Efesios 5:15-18?:
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu…”
Este es otro de los famosos textos usados tantas y tantas veces… No os emborrachéis con vino en lo cual hay desenfreno y libertinaje, sino sed llenos (repletos, atiborrados) del Espíritu…
¿Solo me ha pasado a mí o a ti también? ¿Cuándo te han predicado sobre este pasaje, han seguido leyéndolo completo o han detenido la marcha en este punto? ¡Claro es muy espiritual ser lleno del Espíritu, valga la redundancia! Pero me pregunto ¿Por qué no suelen predicarnos lo que viene unido a esto? ¿Por qué nos privan de esta realidad? ¿Cuál? Pues sigue leyendo los versos del 19 al 21… y lo verás:
“…Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Someteos unos a otros en el temor de Dios…”
No dice que seamos llenos y punto; dice CÓMO podemos ser llenos del Espíritu (o al menos, algunas de las maneras de serlo): Hablando entre nosotros cosas de Dios, lo que aprendemos, canciones de siempre y otras nuevas del corazón o espirituales, o como dice en otros pasajes, con doctrinas, enseñanzas que recibimos cada cual de nuestro buen Dios… También con un corazón agradecido… ¡Y con sometimiento MUTUO!
¿Cuánto tiempo seguirá la iglesia dormida con ese vino de comunicación eclesiástica de una sola dirección que a veces se convierte en una verdadera droga? ¿Es que Dios solo le habla a un iluminado o un grupo de ellos? ¿No somos todos hijos del Altísimo? ¿No tenemos todos el Espíritu Santo? ¿Por qué no le dejamos entonces derramar su potencial en la riqueza multiforme del cuerpo de Cristo? ¿Por qué no nos reunimos en congregaciones en las que todos tengamos la palabra, todos podamos dar (no solo dinero) y todos podamos recibir de nuestros hermanos? ¿Seguiremos embriagados? ¿No corremos el peligro de terminar andando en la noche con tanta jerarquía que imposibilita el fluir de Espíritu? ¿Cómo podremos cumplir ese “sed llenos del Espíritu hablando entre vosotros con…”?
Sí, sé que las obras de la noche son manifiestas, y no faltan las listas bíblicas que las enumeran: Avaricia, hechicería, idolatría, adulterio, robo, asesinatos, ofensas… Pero no podemos apartar otras cosas no tan evidentes, pero que cohíben la libertad del cristianismo en la Tierra: ¡Acallar las voces anónimas en las congregaciones desde los púlpitos es mutilar el cuerpo de Cristo! ¿Quedará esto sin castigo?
Desde aquí, hago un llamamiento a que podamos alzar TODOS la voz, a que nos enriquezcamos unos a otros, en amor, como dice el texto que te recomendaba leer al principio, el de 1ª de Tesalonicenses 5:11,
“Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.”
Vivir embriagado, o demasiado preocupado por las cosas que nos rodean, es como estar continuamente ausente a la vida espiritual. ¿Es que no nos damos cuenta de que somos un espíritu habitando en un cuerpo? ¿No vemos que somos lo invisible, lo interior, que simplemente viajamos en un vehículo perecedero de carne y hueso? ¿Seguiremos creyendo que lo que ven nuestros ojos es la realidad? ¡No! Eso lo piensa el que está harto del vino que enajena, el que olvida lo que somos y a donde vamos. Esta vida corre mucho, tanto, que cuando te vengas a dar cuenta se habrá agotado.
Yo al menos, quiero vivirla como si ya estuviera en el cielo donde está el trono de Dios, como dice en Efesios 2:6, sentado en los lugares celestiales, con Cristo, con mi mente despierta para los acontecimientos que se avecinan, para la reforma que cambiará los sistemas de la tierra y de la que llamamos iglesia. ¡No durmamos más! Cristo no puede llevarse una esposa arrugada, manchada y mancillada, no puede venir a por una iglesia que adultera idolatrando personajes, instituciones, denominaciones… Ni que bebe el vino que confunde sus sentidos. Yo, como dijera Salomón, (Cantar de los Cantares 1:2) prefiero decirle a mi amado: “Porque mejores son tus amores que el vino.”