Caminaba entre flores silvestres que me regalaban ociosas la esencia de sus aromas. El día despuntaba, los colores se hacían más intensos y en medio de semejante estampa yo solo pretendía huir, escapar del ruido, de las voces, de las mentiras, de la falsedad y de mí mismo.
Me ilusionaba “escuchar el silencio”, oír esa voz callada que se entiende sin sonido alguno, esas palabras que brotan desde adentro y que revelan la esencia más oculta e interna de uno mismo, las que me escudriñan y muestran mi condición.
En esa búsqueda me adentraba, y no solo en ella, sino también en el bosque. Los caminos se estrechaban, se diluían, se perdían. Algún animalillo curioso se asomaba para contemplar la escena inusual: Un hombre en silencio. Parecían entender que no los buscaba a ellos, y por eso creo que algunos osaban acercarse desafiando incluso el supuesto peligro del depredador que podría ser yo. ¿Pero por qué lo hacían? No lo supe.
En medio de la quietud, todo se convierte en alboroto: Un seto que se mueve, un roedor que se esconde, una nutria que disfruta del banquete de su última captura… Y contemplándolo todo, como de prestado, un sombrero inmóvil de cuero sobre la cabeza de un hombre quieto: Nuevamente yo.
¿Y qué decía el mudo silencio –preguntarás quizás? Sencillas palabras: Calla, mira, aprende, sigue escuchando; solo eso, no más.
Majestuosa luminaria diurna, Sol fulgente, enviando calor desde todo lo alto y sin pedir nada a cambio de su regalo. Suave brisa, aire fresco que aliviaba el calor producido por los rayos del astro sobre la maleza; en medio de aquel paraje bucólico, la sombra era un alivio, un refugio, un descanso.
El verde manto vegetal recibía el calor con alegría, esperanzado en que llegara la noche, aquella que vendría con su frescor húmedo, regando quietamente cada hoja, cada tallo, dando vida, complementando lo que el día no era capaz de regalarle a la tierra. Pero ese momento nocturno no llegaría de improviso, el día tenía mucho que decir aún en aquel bosque, y sus palabras debían ser sabias, entendidas, claras… Pero el día no hablaba.
Mientras tanto el tiempo se escurría como agua entre los dedos de mi mano, los animales vagaban en sus rutinas, las copas de los árboles bailaban con la música de la suave brisa. Y perdida entre tanta vida natural, aquella vara, a modo de bastón, sujetando la mano derecha del cuerpo humano que observaba perplejo: Seguía siendo yo.
No era momento de cantar, ni de rezar, ni de hablar, ni de gemir, ni de comer: Era tiempo de esperar, de estar dispuesto para escuchar algo anhelado, pero ¿Oír qué? Oír a Dios, eso buscaba...
Y es ahora cuando viene esa palabra que tanto placer da a los humanos pronunciar: ¡Imposible! Él estará muy ocupado en sus asuntos, escuchando los rezos de las multitudes, las plegarias de los religiosos, atendiendo a los personajes ilustres que salen por la televisión, los que se adornan con verborrea vana, los que se visten como pavos reales y se engalanan con sus mejores telas para aparentar santidad y reverencia ante ese gran Dios. No esperes más –dice esa voz: Dios no vendrá a este escondido sitio en el que tú pretendes encontrarlo.
Vuelve el silencio, desoigo esa voz, la ignoro porque sé que eso es lo que debo hacer, porque conozco bien que hay uno que disfruta paralizando a la gente con su rugir mentiroso, con su hálito lisonjero, con sus temores y miedos… Y en medio de todo, unos ojos perdidos en el cielo, arropados en la cara de un buscador esperanzado, de un peregrino deseoso de recibir instrucciones para saber hacia dónde dirigirse. No te equivocas, de nuevo era yo.
Cada ser viviente que se cruzaba en mi camino hacía lo que le venía en gana, ninguno me preguntaba ni me pedía permiso. ¡Qué presunción! ¿Por qué habrían de hacerlo? Pues porque yo sabía cosas que ellos ignoraban: Podía decirle al pez hacia dónde huir para no encontrarse con la nutria. Podía decirle al gorrión donde encontrar migas de pan que le saciaran. Conocía cuantos minutos exactos quedaban de claridad para despertar a los búhos de su letargo, y también sabía por donde las hormigas podrían bordear el río… ¡Tantas cosas de ayuda que no eran capaces de entender aquellos “torpes” animales!
Y ahí, justo en ese lugar, a esa hora, en medio de todos aquellos personajes, llegó súbitamente la voz que anhelaba, sin avisar. Sabía que sería de este modo, mudas palabras que resonaban en mi entendimiento, luz clara que disipaba toma sombra de ignorancia humana, toda duda maligna, todo ego usurpador. Y allí estaban esas orejas, que no suspendían del aire porque colgaban de una cabeza que me resultaba familiar, demasiado conocida, esa faz que veía cada mañana al despertar en el espejo frente al que me aseaba ¡Qué sorpresa! Era yo, siempre yo.
Las quietas palabras se abrieron paso en el silencio, acallando lo agitado de mi murmullo interior. Sé que fueron Sus palabras, porque yo no las podría haber inventando; mi mente hubiera imaginado aquel mítico “Quita el calzado de tus pies”… Pero Él no necesita de frases hechas, ni de llamar la atención de nadie para demostrar su poder, porque sabe qué decir y cuando, y a quién.
¿Y qué cosas trajeron sus dulces vocablos? ¿De veras lo quieres saber? De acuerdo, para eso escribo, para que sepas, para que veas si quieres, para poner a tu alcance la “sencillez compleja”, la paradoja de la vida; eso, claro está, si es que en algo puedo ayudarte para cumplir esa difícil tarea que me he propuesto. Para aquel que tenga curiosidad por saber qué sucedió, diré que se inició una conversación que tenía un propósito claro, el de hacerme ver lo que mis ojos debieran haber percibido mucho antes de aquel momento:
- Mira –me explicó. Has visto al sol, las plantas, las flores, los peces, las aves, los reptiles, los roedores, las águilas y buitres, los insectos más insospechados y… ¿Qué hacían?
- Nada –respondí, cada cual iba a lo suyo. Parece que todos estuvieran ocupados en sus tareas de supervivencia.
- ¿Y tú qué hacías entre tanto?
- Observaba, escuchaba, paseaba, esperaba…
- Y cuando permanecías en silencio y quietud ¿Ellos se daban cuenta de tu presencia?
- Creo que no, es como si fuera invisible. Pero cuando me movía, causaba el pavor de los conejillos y de los pájaros cercanos.
- ¿Y te hubiera gustado ayudar a alguno de ellos?
- ¡Sí! Muchos buscaban cosas que yo sabía dónde estaban. Otros huían sin saber que se dirigían aún más al peligro de ser cazados, pero ¿Cómo comunicarme con ellos? ¡Ninguno entendía mi lenguaje! ¡Mi presencia visible parecía más una amenaza que una ayuda para ellos! ¡Ninguno estaba dispuesto a entenderme! ¿No ves que no podían? ¿Acaso alguien como Tú no sabe que son seres inferiores, y que mis pensamientos son inalcanzables a sus instintos animales?
Entonces se produjo un nuevo silencio, el más largo, profundo y a la vez ensordecedor que recuerdo. Es como si pusieran ante mí un espejo y viera reflejadas en él las respuestas que mis propias palabras desvelaban para acallar esos enigmas que moraban en mí ¡Qué paradoja! Comenzaba a entender que cuanto yo había estado haciendo en el bosque, era lo mismo que Dios hace con nosotros: Buscándonos, viéndonos, esperándonos, en quietud, pasando inadvertido hasta la misma invisibilidad, sonriendo por saber que si pronunciaba sus Palabras en alto, provocaría en nosotros el mismo pavor existente en esas criaturillas que huían de mí, incapaces de entender mi lenguaje, como los hombres no sabemos entender el lenguaje divino expresado en toda su magnitud… Necesitamos intérpretes celestiales, precisamos recordar las Palabras de Jesús cuando visitó nuestro planeta, es primordial conocer al Santo Espíritu, aquel que está plenamente capacitado para descifrar esas voces que son a veces demasiado elevadas para nuestro entendimiento finito. Mientras divagaba, esa voz magnífica irrumpió para acallar mi voz oculta, y me dijo:
- ¿Cuándo os daréis cuenta? Yo camino entre hombres y mujeres a los que amo sin explicación aparente. Conozco cuanto necesitan, sé donde pueden encontrar refugio, y alimento, y donde saciar su sed de saber. Tengo respuesta a todas sus preguntas, y aún a las que no llegaron a pensar, y ando buscando a los que estén dispuestos a oírme. Pero camino de continuo sin apenas encontrar a nadie con ganas de atender. Vengo ofreciendo tanto, una salvación tan grande, un perdón tan sublime, y todo por puro amor, lleno del afecto entrañable de un creador, amigo justo, y Padre a la vez ¡Pero casi nadie me presta sus oídos! Me río porque si me manifiesto cual Yo Soy, la gente se espanta de mí; pero si quedo en silencio, dando libertad para actuar a todo ser inteligente, entonces la gente pregunta enfadada que dónde estoy metido. Si hablo, mi voz es como el trueno de la tormenta, aunque se escuche nadie la entiende, ni comprende su sentido. Y lo peor de todo es que soy Dios de amor y misericordia, pero… ¡No puedo infringir mis propias normas! Y es que muchos piensan que pido demasiado, que espero sacrificios, que reclamo rezos, que exijo mucho trabajo como moneda de cambio; pero pensar así de mí me ofende en demasía, y no se dan ni cuenta… Porque lo que de veras espero, pocos son los que me lo dan: Unos porque se les hace demasiado escaso el precio, otros porque no lo llegan a concebir ¿Y qué es eso que pido? Demando arrepentimiento, solicito fe, pido que crean en mí, que acepten que no son sus fórmulas mágicas las que les acercarán hasta mí, ni sus rituales, ni sus liturgias, ni sus grupos, sino que fui Yo y sólo Yo quien los amó primero; Yo vine al bosque para buscarlos, no ustedes a mí. Sabía que no podrían entender mis Palabras, y dejé que mi Hijo bajara al bosque, cortara un madero, os hablara desde aquel cruento lugar para que entendierais que su pena de muerte era el pago de la cercanía conmigo, el insuperable método de purificar a todo el que lo tomara como única moneda de cambio: Yo lo llamé fe, pero pocos hicieron caso… Si yo bajaba como un trueno ustedes corrían asustados; si Jesús bajaba como hombre no le admitían como guía; si mi Espíritu aparecía lo despreciaban, lo silenciaban, no le prestaban atención. ¿Qué lenguaje quieren que use? No, no hay lenguaje para quien no quiere oír. Sigan así si quieren, entretenidos en sus quehaceres, cada cual con los de su especie: Unos diciendo no creer nada, otros sumidos en la ignorancia, otros encerrados en templos y rezando palabras repetidas, otros cantando canciones aprendidas que inutilizaron su sentido cuando perdieron de vista a quién le cantaban… No, no hay más lenguaje, ni más mensaje: Crean en mí y sean salvos, arrepiéntanse, cambien, y nacerá sobre ustedes el Sol de Justicia que les explicará todas las cosas. Tengan fe en mí y entonces gustarán y verán que soy bueno y misericordioso…
...Si prefieren seguir su camino, háganlo, pero yo sé a dónde lleva, a la muerte, muy lejos de mí, donde nunca más me encontrarán. Quisiera evitarles esa tragedia, pero esto que les pido les parece poca cosa (pero no lo es): Ahorquen sus hábitos, cambien su modo de pensar, acepten que Jesús caminó entre ustedes y no le vieron, humíllense bajo mi poderosa mano, que yo sé exaltar a su debido tiempo al que se rinde sin condiciones, pero por favor (llegará el tiempo en que no rogaré más) no pongan sus propias normas, sino acepten la mía: Mi norma ya no es una ley, ni son diez mandamientos; porque mi norma es el Amor. Pero sepan una cosa, sin fe no me pueden agradar, y esa indiferencia que manifiestan casi orgullosos puede llegar a apartarles de mi amor... Hoy estoy aquí, pero mañana no saben dónde estarán ustedes mismos; además, ignoran si yo les seguiré esperando, les gusta jugar con fuego... Dije que soy paciente, pero no injusto, ni necio. No pierdan más el tiempo, porque esto que ustedes llaman “vida” es el pasaje a la verdadera, y solo los que son valientes para afrontar sus dudas y entregarlas en mis manos con fe y persuadidos por completo, arrebatarán esa vida venidera, y sabrán disfrutar de cada momento (bueno y malo) de esta. Ya dejé un libro que habla de mí: Escudríñenlo porque sus vidas van en ello. Crean solamente, y dejarán de ser muertos en vida. Mi Hijo espera ver fe en la Tierra para volver ¿Qué harán ustedes? ¿Seguirán pasivos su camino diario, o se decidirán de una vez a mirarme con sinceras ganas de ver? Aún seguiré paseando unos días más, más quisiera no ser “tan invisible” para que todos me vieran… Pero yo no violentaré a nadie porque ¿A quién le gusta que le amen usando la fuerza? A Mí no, de modo que sigan disfrutando de su libre albedrío, pero sean sabios para encontrarme escondido detrás del más insospechado árbol de este bosque que ustedes llaman planeta.
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Ahora, pensando en todo esto, sería bueno traer a la memoria las palabras que el profeta Hanani dijo a Asa, rey de Judá, cuando este último hizo las cosas a su modo sin recordar que Dios contempla de continuo toda la Tierra, y que ve cada cosa que acontece... Y que le agrada galardonar a los que le son fieles:
"Pues tiende el Señor sus ojos por toda la tierra para sostener a los que tienen para con Él corazón perfecto."
(2Cro. 16:9 versión Nácar-Colunga)
10 comentarios:
Hola amigo, que bellas palabras. Yo tambien pienso que el silencio abre mejor nuestros oidos y nuestros ojos a Dios.Sigamos buscandole.
Muchos saludos.
Si tan sólo escucháramos.
Si tan sólo lleváramos el mensaje a otros que no quieren oír pero que necesitan saber que Él está aquí, todavía.
Gracias por tus palabras tocayo.
"...de un peregrino deseoso de recibir instrucciones para saber hacia dónde dirigirse..."
Hablas de tì o de mi??? jajaja.
Bueno brother tu con tus siete y yo co mis nueve años, tal vez lleguemos pronto...Saludos.
Si, Beatriz, ese silencio que "puede escucharse" es el mejor de los murmullos que desea mi alma, porque me enseña, me guía, me fortalece, me da esperanza real...
Graaaacias por tu visita, amiga.
Hola David... Hay demasiada gente que camina en sus quehaceres y no se dan cuenta de que Alguien que les podría ayudar les está observando.
Que Dios nos ayude a ser también mensajeros de Su Voz, ejemplos de su amor, lumbreras para la esperanza.
Gracias por tus palabras, amigo.
Bueno Gusmar, al fin y al cabo, somos "niños", y necesitamos que nos dirijan para no perdernos ¿No? je, je...
Es una alegría encontrar a gente como tú (y los otros viajeros) en este bosque, porque el camino no se hace tan solitario, y las letras que leo aquí me ayudan a que ese silencio necesario también regale palabras de aliento en el diario vivir... Y es que el "misterioso susurro divino" toma muchas voces de "niños" para hablar.
Un abrazo
Hola amigo
Me gusto mucho tu escrito, es muy bueno, que importante es saber escuchar verdad, creo que por eso Dios nos dio dos oidos y solo una boca.
Saludos
Hola Luis Enrique, muchas gracias por tus palabras y tu visita.
¿Sabes? Me gusta esa frase que citas, yo la uso a veces... Tendríamos que escuchar el doble de lo que hablamos porque tenemos el doble de orejas que de boca, je, je.
Saludos, peregrino :)
Esta lectura ha sido muy reveladora.
gracias
Gracias a ti, Alfonso, por tu paciencia en su lectura. Es algo que incluyo dentro de lo que llamo "vivencias", cosas que me han pasado y de las que he aprendido...
Espero que, como dices, te pueda ayudar a ti.
Saludos
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